jueves, 4 de febrero de 2016

Fotomultas y cámaras de seguridad: la cultura del Gran Hermano



Alguna de las definiciones de derecho seguramente está ligada estrechamente a la idea de CONTROL. La aspiración -el deseo en términos lacanianos- de un sistema jurídico es la de provocar en los sujetos que lo componen una autolimitación. Reformas y reformistas siempre ponen más atención al efecto perfomativo del derecho y su aparato simbólico que a la infraestructura material que supondría su ejercicio, es decir, los operadores jurídico se preocupan más por "hacer creer" que el derecho repercutirá de alguna manera en la realidad, más que hacerlo existir, y hemos utilizado a propósito la palabra creer, porque el derecho es más un sistema de creencias, que un conjunto de acciones. El derecho son las sombras proyectadas en la caverna platónica, sí así es, es alienante, es manipulador. Tanto ha discutido la filosofía del derecho en torno a la coacción, el derecho debe ser desincentivante, ejemplar, aunque curiosamente la sociología diga que esto de poco sirve y el derecho parece así más bien un sistema sádico. 

Michael Stolleis escribió hace algunos años en El ojo de la ley, que el control que algunos sistemas religiosos propiciaban en los creyentes cuando pensaban que Dios los miraba y por eso se portaban bien, fue sustituido por la idea de que el Estado ahora asumiría esa función, incluso eso apareció en el frontispicio de la Declaración de Derechos del Hombre de 1789: ten estos derechos pero se sabedor que el Estado te mira y en cualquier momento podrá privarte de ellos bajo el supuesto de un Estado de excepción. 


La literatura distópica pudo en su momento jugar con esta premisa controladora, George Orwell en su celebérrima obra 1984 nos narraba como el Estado totalitario ficticio en el que se desarrollaba la historia presidido por El Gran Hermano, puso cámaras por todos lados para forzar a las personas a comportarse de acuerdo a los estándares esperados, repentinamente las cámaras también transmitían voz e imagen, la intención era hacerles creer que siempre se les veía. En este estado de paranoia, ya previsualizado por el jurista inglés Jeremy Benthan y llevado in extremis al análisis de las instituciones contemporáneas por Foucault, no importaba realmente lo que las cámaras grabaran ni la inspección detrás de ellas, porque eso requeriría a un ejército de funcionarios para procesar la información, sino generar el efecto de sentirse vigilado. 



Las cámaras van en aumento en nuestras sociedades de la desconfianza, pero aumentan más los señalamientos viales avisando de las cámaras la intención es sólo una: sentirse observado y eso ciertamente genera autocontrol, pero también es invasión, es tensión, y a la larga con la corrupción imperante, es violación de derechos e impunidad, unos serán inculpados injustamente y otros serán exculpados, también injustamente.

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